Con barricadas, bloqueos y auto encierros, el gremio minero español lleva adelante una huelga indefinida exigiendo la restitución de las subvenciones que el gobierno pretende arrebatarles.
JORGE MORUNO / LAREVUELTADELASNEURONAS
(Aunque para la prensa de ese país el conflicto parece no existir, mineros españoles permanecen en huelga indefinida. Se oponen a la intención del Ejecutivo de recortar 200 millones de euros que estaban comprometidos para el Plan del Carbón, un estímulo del capital público para apoyar a este sector en caso de que la actividad minera disminuya o sea suprimida definitivamente.
Desde hace diez días, las jornadas de resistencia se realizan en varios puntos del país, pero han sido más intensas en Asturias y en las cuencas mineras de León. Los mineros se han manifestado con piquetes, cortes carreteros e interrupciones de vías ferroviarias, y desde la semana pasada, un grupo permanece encerrado en los pozos como medida de presión. Otro grupo más se encerró en la Diputación de León.
También ha habido enfrentamientos entre los mineros y la policía. En León, la policía antidisturbios actuó contra los mineros dentro del pueblo, sin tener en cuenta que en la calle había personas que no participaban directamente en la protesta, niños y ancianos entre ellos. Aún así, para la prensa local, el asunto parece simplemente no existir.
A continuación, se presenta un artículo de Jorge Moruno, investigador y bloggero español que ha seguido de cerca el conflicto).
Asturias, España. La huelga minera indefinida emprendida por el sector minero a raíz de la disminución de las subvenciones en un 63 por ciento ha generado toda una serie de controversias, no por la huelga, sino por la confluencia de distintos actores. Los mineros son unas de esas comunidades tradicionalmente obreras, herederas de las formas gremiales por lo que el trabajo no sólo es un medio de vida, sino una forma de vida que impacta más allá del empleo. Abarca el control de las formas culturales, la herencia transmitida de padres a hijos y el aprendizaje de una actividad que difícilmente puede descentralizarse y parcelarse. Los mineros trabajan juntos en tareas complicadas y de riesgo, donde la confianza en el otro es indispensable para garantizar la seguridad. Visten los mismos uniformes que posibilita su identificación como una unidad infranqueable, arrastran una memoria de lucha encomiable y habitan los mismos territorios que giran en torno a la mina. La propia geografía del campo de batalla significa la propia extensión de la mina. Es en el monte donde se sienten más cómodos, como en casa, frente a unos antidisturbios más ridículos de lo normal que pastorean entre las cabras, ataviados con cascos.
Hay toda una memoria construida, un habitus consolidado, como diría el sociólogo Pierre Bourdieu. Es decir, no sólo cuentan con un “sistema de disposiciones durables y transferibles”, de estructuras que estructuran. También arrastran un saber-hacer integrado en la propia identidad minera que se mama desde pequeño, desde la sociabilidad primaria. El habitus es algo sobre lo que uno no se suele preguntar, pero que automáticamente los actos responden de forma tácita y adecuada. En la propia descripción del minero viene incluido el corte de carreteras. Su repertorio de acción colectiva, la forma en la que construyen sus demandas, lleva asociada la imagen del encapuchado y la dinamita. Nadie, ningún periódico osa acusarles de “antisistema”, precisamente porque todo el mundo interpreta su actuación como algo normal en los mineros, incluso a los que no le gusta. No pueden criminalizar sus protestas de la misma forma que sí se haría en otro ámbito.
Una lectura meramente estética de la política y el conflicto nos conduce a intervenir en el debate de forma visceral, asociando postales idealizadas a conjeturas que son fruto del imaginario construido en la cabeza. De ahí surge la tendencia a querer comparar al 15-M con los mineros, como si la acción de uno excluyera al otro, o como si se pudieran mimetizar ambos escenarios. Los mineros, en un principio, utilizan herramientas y métodos muy duros, propios de altos niveles de enfrentamiento, para reclamar condiciones laborales o para impedir el desmantelamiento de la mina. Se tratan en un principio, sobre todo de luchas a la defensiva que buscan resistir en lo existente, no en demandar otro posible. El uso de la violencia no siempre lleva aparejado una radicalización de las demandas y viceversa, el no uso de la violencia no implica una debilidad.
Esto no es una crítica a los mineros, para nada, ellos hacen muy bien; es una crítica a los que ven en ellos –desde el onanismo exterior-, los encargados de comandar una revolución por imperativo casi divino, sin comprender la complejidad de la coyuntura. El imaginario erótico del mono azul busca “luchas puras” y suele hablar por boca de un Lenin que poco tiene que ver con el revolucionario de 1917. Como decía Oscar Wilde, “se puede admitir la fuerza bruta, pero la razón bruta es insoportable”. Cualquier excusa sirve para reflotar un estalinismo inocuo en donde la historia ya está escrita y sólo hace falta que se despliegue hacia atrás. Marx nos vacuna ante este manejo de las pasiones tristes, apuntando que, “en la lucha contra ellos la crítica no es una pasión de la cabeza sino la cabeza de la pasión”.
Lección de Marx, que también le puede servir a la comisión de medio ambiente de Acampada Sol. Un comunicado poco astuto políticamente que no considera los tiempos y las necesidades. Autista en plantear temas de forma moral y no política, sin considerar la dimensión social que tiene la minería sobre las comarcas y localidades dependientes de ella. No se trata de reivindicar al carbón y la mina como práctica en sí misma, como de apoyar a los mineros. No se puede derrumbar de un plumazo toda una estructura, porque es contaminante, sin antes ofrecer opciones que permitan a sus gentes tener vidas dignas. La vida en la mina es muy dura para quien tiene que bajar, nadie reivindica el sufrimiento ni la propia mina, pero sí los efectos que tiene sobre la comunidad. Hasta que no puedan conjugarse dignidad sin sufrimiento de carbón negro, no se pueden cerrar. El respeto medioambiental no puede desvincularse de las realidades sociales y materiales del terreno en el que se incluyen.
Muy al contrario, por cercanía geográfica, por herencia cultural y familiar, el 15-M de Oviedo ofrece otro tipo de planteamientos políticamente mucho más interesantes. No se limitan a dar su apoyo a los mineros con actitud subalterna y servil, sino que plantean la necesidad de conectar varias realidades. Empujan a los mineros a ubicar su lucha laboral dentro de un marco más amplio que incluya a precarios y precarias, pensionistas, parados, o sector público, entre otros. Una multitud de vivencias fragmentadas pero que pueden comunicarse por una palabra común, donde la existencia de uno no excluya al otro. Sólo hibridando, y mezclando, las luchas pueden llegar a desbordar al régimen, dentro y fuera del empleo.
No hace falta que los mineros sean el 15-M, ni que estos sean como los mineros, en la coordinación de la diferencia reside la fuerza, por lo que hay que buscar un equilibrio entre los distintos intereses de dos mundos que conviven en el mismo tiempo. Una nueva racionalidad que tenga en cuenta a la comunidad en su conjunto, porque de lo contrario, la mina desaparecerá por la puerta de atrás: en un goteo constante de jóvenes precarios que emigran a Madrid, vaciando de vida y talento a la región.
Es posible que ampliando el alcance de la protesta en número y en radicalidad, alrededor de las tres patas desde donde se apoya la acumulación capitalista, se pueda construir una alternativa: el negocio especulador en torno a la vivienda, la ineficacia del empleo como garantía social y económica, y el déficit democrático que imposibilita la dignidad en el resto de ámbitos vitales. Construir la universidad de la mina, hacer de la universidad un campo de minas y entre medias el transporte bloqueando la ciudad. Organizando políticamente no pagar la falsa deuda, exigiendo lo que es de todos y para todos: casa, renta, democracia.