n la Europa del siglo XVI se inició el llamado proceso de los cercamientos –enclosures- que se extendió hasta entrado el siglo XIX. Dicho proceso, anulaba lapropiedad comunal que mantenían sobre las tierras, el pastoreo y ganado, los habitantes y campesinos de la zona y las comunas federadas. Gradualmente las tierras pasaban a ser propiedad de uno o pocos dueños. Al grito de ¡Todo es común! –Omnia sunt communia-, Thomas Müntzer y sus seguidores luchaban contra los que ponían vallas al campo, en la guerra alemana de los campesinos de 1524. En 1649Gerrad Winstanley fundador del grupo inglés llamado los Igualitarios auténticos –True Levelleres-, anunciaba que:
“ Mientras que el pobre que no tiene tierra, no tenga permiso para cavar y trabajar en los comunes, Inglaterra no será un pueblo libre”.
En 1688 tuvo lugar en Inglaterra la “Revolución Gloriosa”, que establecía que todos los hombres eran iguales y comparten la misma nación, es decir, la misma igualdad denacimiento: -nosotros el pueblo- we the people. El Derecho a la rebelión era la filosofía sobre la que se apoyaba el derrocamiento de Jacobo II. Aunque es cierto que, ya en el siglo XII Tomás de Aquino, asumía la posibilidad de rebelarse contra el Rey si éste actuaba como un tirano contra sus súbditos. En 1776 la declaración de independencia de EEUU ya aclaraba:
“la ley natural le enseña a la gente que el pueblo está dotado por el creador de ciertos derechos inalienables y puede alterar o abolir un gobierno que destruya esos derechos“.
Unos años después, la Revolución Francesa institucionalizaba el Derecho a la Rebelión, en su Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano. En el conocido artículo 35, se advierte al que manda que:
“Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo la insurrección es para el pueblo, y para cada porción del pueblo, el más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes.”
Pero ¿qué tiene que ver lo sucedido hace siglos con la nuestra situación actual? Acostumbrados en las últimas décadas a olvidar la historia, nos han hecho creer que nuestro tiempo no tiene pasado y que por supuesto suponía el único futuro posible. Pueden replicar, eso es falso. Precisamente nuestras instituciones emanan de la voluntad general del pueblo como único soberano, que se expresa y elige a sus gobernantes legítimos en elecciones libres.
Sustentado en una versión aguada y liberal que democrática del contrato social deRousseau, el parlamentarismo de nuestros días ha quedado totalmente obsoleto. Obsoleto, no porque haya sido superado por formas y procedimientos de decisión democrática, que amplíen la capacidad e inclusión de cada vez más gente a discutir en la res pública y acceder al disfrute de la riqueza común, no. Se debe sobre todo, a que a día de hoy ni siquiera la soberanía reside en el parlamento, sino en instancias transnacionales a las que nadie ha elegido a través de métodos de elección liberal. Es más, no sólo que nadie ha elegido al FMI, al BM, o a un directivo de Citigroup, además y como no podía ser de otra forma, su concepción de gobierno es siempre el de un planteamiento de guerra. El mercado está cargado de energía y retórica bélica; la potencia del fuego de Clausewitz está hoy en los parqués bursátiles que apuntan a la vida de la gente.
Ahí reside la paradoja; el parlamentarismo liberal es un obstáculo para aquellos mismos que se reconocen hoy como tales. Imponer el gobierno financiero de la guerra, pasa únicamente por destrozar la lógica política liberal, pero apelando siempre a su legitimidad como forma democrática. Hacer pasar por consenso lo que es de facto una guerra. Hacen una carnicería y lo llaman paz, decía Tácito
Es un poco lo que Marx entendía desde un punto de vista económico, como la sociedad por acciones: la superación de la propiedad privada, a través de los marcos propios de la propiedad privada de la producción capitalista.
Es la misma lógica que oficialmente sigue apelando al empleo como el mecanismo que integra socialmente a las personas, cuando materialmente ya no es así. Pero se utiliza ideológicamente como embudo para neoescalvizar a la población, como sucede con la legitimidad de las instituciones parlamentarias. A pesar de que se siga estableciendo el ritual y las formas, la capacidad de decisión política está sometida al dictamen, “la confianza”, de los mercados y no a la soberanía del interés general. Los recortes y la grave situación en derechos básicos como educación, sanidad, vivienda, movilidad, o riqueza digna, están siendo pisoteados para establecer el régimen de lacleptocracia.
Apelemos por lo tanto a esa ley natural, a ese deber, que no es otro que el derecho a la rebelión, a la desobediencia civil. Práctica que nunca antes ha sido previamente legitimada por quien hace las veces de soberano en su tiempo. Sin desobediencia no hay posibilidad de democratizar una sociedad, negarlo, es hacer como apunta Simmel; eludir su función histórica y socializadora en múltiples y distintos aspectos. Oponer lo legítimo a lo legal es la base de todo avance en materia de derechos, de progreso humano; en esa brecha transcurre la historia desde abajo.
Pero no se trata de cuestionar lo existente, sino también de superarlo en lo posible, es decir, no se trata de manzanas podridas, sino del cesto al completo. El filósofoSpinoza interpreta la obra de Maquiavelo como su intención de demostrar, hasta que punto intentar- como muchos pretenden- la supresión brutal de un tirano es locura, a menos que no se supriman las causas por las cuales se ha producido la tiranía.
En este sentido, respecto a lo ocurrido el pasado 29-F en Barcelona, no deberíamos dejarnos cegar por la espectacularidad y el impacto mediático. Tanto a los que les flipan las imágenes, como a los que les horroriza. Entrar al debate sobre la violencia en los términos que impone el régimen, es siempre asumir el discurso del amo. El discurso del antisistema, de los profesionales de la violencia, ubica todas las respuestas posibles en un mismo marco predefinido ideológicamente. Nuestro debate sobre la violencia debe ser de más largo alcance y profundidad, elaborado desde nuestra autonomía, desde nuestra perspectiva como movimiento. Esa que entiende que cobrar 600 euros es violencia, que el coto privado a los bienes sociales significa un ataque a las condiciones de vida.
Como decía Maquiavelo, que el ruido del alboroto no nos perturbe y estudiemos la eficacia. En otras palabras, la capacidad de decisión que nuestro propósitos y actos tienen sobre el rumbo que la realidad toma. Intenciones de libertad, que no son otras que las de asegurar a toda la población una riqueza común, en un sentido amplio, que pertenece a todos. Esta postura hace que nuestros planteamientos partan de una base laica, libre de dogmatismos, obsesiones folclóricas, verdades que no necesitan responderse, prejuicios morales basados en la inercia y toda la ristra de topes que nos estorban a la hora de pensar con claridad la política.
Ni violentismo ni pacifismo nos servirán de brújula; ambas posturas aseguran ser verdades en sí mismas, como la fe, sin necesidad de verificar su eficacia en la práctica. Mejor análisis, táctica, inteligencia colectiva, principales herramientas para hacer uso de nuestro legítimo Derecho a la rebelión, que adopta formas distintas, no lineales, ni homogéneas, adaptadas a su momento y contexto, como un cuerpo sin órganos. Una multitud que sepa aplicar reglas simples a comportamientos complejos. Más que elquién, es interesante conocer el qué del enemigo de la libertad, las relaciones que todo lo gestionan desde el punto del vista del valor de cambio, de la mercancía.
Hoy seguimos siendo ayer, pero en el tiempo histórico que nos ha tocado vivir. Ayer,Saint Just sentenciaba que “no hay libertad para los enemigos de la libertad”. Hoy las plazas vociferan, “si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”.
Todo cambia, el espíritu permanece.